Es muy extraño… puede ser que por haberme sometido a
un creciente estrés, y creo en gran medida provocado por mi obsesión por hacer
todo a tiempo, perfecto. Hace un momento le contaba a mi sobrino un anécdota de
cuando viajé con el coro de la escuela a Washington…
Yo tenía 19 años, por azares del destino nos invitaron
a esa universidad para realizar algo así como un intercambio cultural.
Nosotros íbamos a ofrecer un concierto; a ser alojados por ellos, para después
recibirlos en México. Al principio yo no pensaba ir, pero algo pasó
(honestamente no recuerdo cómo estuvo) que terminé viajando para allá con mis
compañeros. No niego que hubo momentos divertidos, sin embargo, en un momento
crítico, me sentí bastante sola, por no decir abandonada.
La verdad creo que un ser superior me ayudó en ese
viaje…
Entre las muchas cosas que me pasaron, recordé una de
las razones por las cuales yo intento hacer mi buena acción de día lo más
seguido posible…
La persona que me alojó se llama Carol, una mujer
muy amable. Sus hijos, ya grandes, vivían de manera independiente y su esposo
la había dejado por una mujer más joven. Contrario a lo que pudiera pensarse, Carol
tenía muy buen humor, siempre estuvo sonriente y atenta, una anfitriona
ejemplar la verdad. Nos llevó de paseo, siempre al pendiente de nuestra comida,
de que nos sintiéramos cómodas. La verdad, se portó muy bien.
Sin querer, dejé mi boleto de avión (de regreso) en su
casa, adentro de una bolsa de plástico. Una noche antes de regresar, nos
quedamos en un hotel para estar más cerca del aeropuerto, y como buena mujer
bien portada (porque eran mis años mozos y no me interesaba meterme en líos),
me fui a dormir temprano en vez de estar en la fiesta universitaria.
Ya en el aeropuerto, a la hora de documentar, resulta
que no llevaba el boleto de avión. Cuando estoy bajo mucha presión, me pongo
nerviosa, haciendo que mi diccionario interno inglés-español simplemente
desaparezca. La en ese entonces directora de Difusión Cultural me hizo favor de
servir como intérprete y me dijeron que podía abordar minutos antes,
que ellos documentaban por lo mientras mi equipaje, sin embargo, necesitaba mi
pasaje, o bien, comprar uno nuevo. Obviamente no llevaba dinero ya, no tenía
tarjeta de crédito en ese entonces y el mundo se me vino encima.
Supongo que alguien me dio la idea de hablarle a Carol,
la verdad no recuerdo cómo estuvo, y ella me escuchó, tratando de entender mi
balbuceo. Verificó el boleto, al encontrarlo me dijo que no me preocupara, me lo
iba a llevar. Le compré un peluche, también como recomendación de mis
compañeros, para agradecerle. Llego corriendo - ¡viajó una hora a toda velocidad para llegar! - y mi alma regresó a mi cuepo. Gracias a ella pude regresar
a mi país tranquilamente.
Se me quedó grabado entonces lo que me dijo cuando le
agradecí casi hasta las lágrimas su buen gesto: “Me hubiera gustado que alguien
hubiera hecho algo así por mí cuando era joven”. Sus palabras me quedaron
tatuadas. Ella lo hizo desde su alma, resultado de su buen corazón. Y me sirvió de
ejemplo para ayudar a alguien más de manera desinteresada. Así lo entiendo yo,
si alguien hace algo bueno por mí, entonces yo puedo hacer algo bueno por
alguien, y pasarle el mismo mensaje, tal
vez logre sembrar una semilla como la sembraron en mí.
Obviamente, el ser sensible a ese tipo de cosas nació
desde antes, con la educación de mis papás. Se necesita tener un contexto
adecuado y un par de golpes de la vida para entender la frase de Carol. Sobre todo golpes de la vida.
Después de recordar la anécdota linda, de repente
recordé también mi sensación de soledad
al ser abandonada por todos mis compañeros y maestros. Me dejaron sola a mi
suerte. Nadie se quedó conmigo, ni siquiera por simple apoyo moral, todos
estaban contentos, en la sala de espera, completamente indiferentes a mí. A
decir verdad, la “coordinadora”, contó a otros lo que me había pasado como
ejemplo de un ser irresponsable. Cuando mis papás se enteraron, se enojaron
mucho, dijeron que era la responsabilidad de ella que todo saliera bien, de
estar al pendiente y de velar por mi seguridad ya que era un viaje escolar. Lo
cierto es que estuve más de una hora completamente sola, pidiéndole a Dios
ayuda divina para ese trago amargo. Carol me dio una gran lección, y a reserva
de parecer narcisista, creo que también Dios me cuidó mucho. Si no fue él, el
universo se encargó de mi seguridad.
Y ahora tengo en el pecho ese sentimiento de ansiedad,
ese sentimiento que te cierra la garganta, te aprisiona el pecho. Tengo ese
sentimiento de desolación, de dolor ante el hecho de ser invisible para todos,
que en verdad les dio lo mismo dejarme ahí. Más coraje tuve cuando llegamos a
México y una de mis compañeras fue retenida en migración/aduana o cómo se
llame. En ese momento otros compañeros estuvieron al pendiente de ella. Yo
honestamente me seguí de largo más dolida que antes. Ese viaje lo padecí más
que disfrutarlo. Aunque me llevé lecciones valiosas, tuve una experiencia “bipolar”,
entre la soledad y la curiosidad de conocer algo distinto.
No soy santa, no todos despierta mi lado sensible, eso
es cierto, pero espero estar aportando al mundo un poco para aquellas personas
que se han sentido solas, que han sido abandonadas o que nadie voltea a ver.
Creo que ahí es donde nace mi inquietud por darle voz a quienes no la tienen.
Aunque sea a cuenta gotas, espero dar un poco de lo que a mí me quitaron.
En fin, es de noche y descansar me hará ver la luz al final del túnel otra vez.