El día de hoy me pasó algo extraño. Como estoy
cubriendo una suplencia en la preparatoria en la que solía trabajar de tiempo
completo, he vuelto a la no tan sana (es más divertido gritar por el tráfico
que caminar) costumbre de utilizar el camión.
Cómo lo he hecho todos los días durante esta
semana, tomo la ruta en frente de la escuela, intento sentarme en el asiento más cercano a
la puerta, o en su defecto el más “cómodo”
y me dispongo a disfrutar el trayecto de aproximadamente 15 minutos. Esta vez,
encontré vacíos los asientes ubicados sobre las llantas y me pareció ver algo
tirado. Cuando me senté, pude distinguir mejor un billete de $100.00…
honestamente no sabía qué hacer.
Desde que era pequeña, no suelo recoger dinero
que me encuentre en la calle. A veces se aparece alguna billetera o monedero
ante mis ojos, si por casualidad lo tomó es para dejarlo en la administración.
No quiero presumir de ser una santa al respecto, nada más distante de la
verdad. La cuestión es que pienso en quien perdió eso. Si estuviera en su lugar, agradecería mucho me
lo devolvieran. A veces, a pesar de ser
una cantidad pequeña, el dinero o las cosas son el resultado de cierto
esfuerzo. Perderlo puede ser “doloroso”
por su valor sí, pero más por su significado. Sin embargo, estoy consciente de
que esa forma de pensar la adopté ya siendo mayor.
Una vez, en un camión llevaba yo un billete de
$200.00 (alrededor de $ 14.00 USD) en la bolsa de mi pantalón. Al momento de
sacar mi celular para revisar la hora, el famoso billete cayó al suelo. Escuché
a un par de muchacho decir “el billete”. Lo vi ahí tirado, nunca lo relacioné
con el mío, y dada mi costumbre de no recoger dinero decidí ignorarlo, también
porque pensé que pertenecía a los muchachos que lo señalaron.
Esos
mismos jóvenes levantaron el billete, algo natural si era de ellos, y se
bajaron en la siguiente parada. Para cuando decidí utilizarlo, no lo encontré
por ningún lado. En ese momento me golpeó la imagen del dinero tirado en el
suelo del camión. ¡Me robaron en mi propia cara!, ¿cómo pudieron hacer eso?,
necesitados o no, la honradez es una cualidad altamente respetable y deseada en
casos como ese. Cuando pienso en cómo me sentí, honestamente no me gustaría que
otra persona pasara por lo mismo.
En mi opinión, un poco de amabilidad y cortesía
no le haría daño a este mundo, al contrario, podría ser un lugar mejor para
vivir.
Regresando al billete de $100.00, me animé a
tomarlo para darme cuenta de que eran dos billetes. Entonces mi cabeza comenzó
a revolverse toda, ¿Qué tal si era el
gasto de una pobre ama de casa?, ¿qué tal si era el pago a un servicio?, ¿qué tal si era de algún otro peatón
distraído?, ¿era mejor dárselo al chofer o esperar que alguien preguntara por
él?
Pensé que si se lo daba al chofer, a lo mejor
no lo regresaría a su dueño, a esa persona tal vez le sucedería lo que a mí. Y
mientras sostenía el dinero, mi mano comenzaba a sentir mucha comezón, supongo
señal de mi incomodidad. Pensé entonces, “Dios mío, si alguien pregunta por él
gustosa lo devuelvo”. Después de pensarlo tres veces, subió al camión un
chiquillo como de secundaria. Llegando un asiento adelante del mío se asomó al
suelo, cuando llegó a mi fila, me pregunto de manera muy amable si había
encontrado dinero tirado. Yo sonreí y le pregunté cuánto era, y me dijo que
eran doscientos pesos. Entonces se lo devolví.
La verdad, quise deslumbrar un poco. Le dije
que había tenido suerte de que yo lo encontrara y le pregunté cómo lo había
perdido. Resulta que dos jovencitos se subieron al camión y ese dinero era para
ir a comer pizza. Por alguna extraña razón, se le cayó el dinero a uno de
ellos. Cuando se dieron cuenta, se subieron a un taxi y persiguieron el camión.
Uno de ellos se subió para buscar el dinero porque el otro no tenía nada de
cambio. El que subió, una vez recuperado el billetín, le hizo señas al otro
para verse en la siguiente parada, apenas unos metros más adelante. El
muchachito me dio las gracias después de escuchar mi a ver si tienen más cuidado varias veces. Fue mi buena acción del día y me sentí bien de
haber devuelto el dinero.
En cuanto regresé a casa, comenté a mi familia lo
sucedido. Fue entonces cuando mi mamá me aclaró el misterio. La razón por la
cual no levanto dinero de la calle, al igual que mi poco apego a las mascotas,
es porque ella nos lo inculcó así, resultado de la educación de mi abuelita,
aunque seguimos sin conocer sus razones para hacerlos de esa manera.
Es curioso, algo tan simple como levantar un
billete del suelo, viene acompañado de todo un universo de ideas, valores, creencias
y programaciones parentales. En verdad, el ser humano es una de las criaturas
más interesantes del universo.