lunes, 16 de diciembre de 2013

Tú defines, yo defino, todos definen.



En mi clase de Métodos de Investigación Científica (¿quién iba a pensar que 15 años después de tomar esa materia, me estaría yo dedicando un tiempo a la investigación?), el maestro solía utilizar una especie de cuento-metáfora. Había un elefante y cinco científicos, con los ojos vendados, analizaban al pobre animalito. Cuando tocaba describirlo, uno decía que era suave, flexible y húmedo en la punta; otro mencionaba que era duro y redondo, otro hablaba sobre la altura y el volumen. Total que al final, todos tenían la razón, simplemente analizaban un ángulo diferente del elefante. Esto me viene a la mente porque a veces me asusta el grado de especialización al que llegó la ciencia. Ahora bien, yo sólo quiero enfocarme en aquello conocido para mí: Las ciencias sociales.

En Ciencias Sociales, a diferencia de las naturales, el uso de conceptos y definiciones es algo delicado. Un mismo concepto puede ser definido de diferentes formas, dependiendo del autor. Cada uno puede adoptar una palabra y dotarla de un significado propio, siempre sustentado en algo para haberlo hecho así. Tan es así, que en una clase de sociología escribí sobre la definición de sistema para cinco autores distintos, los cuales daban cinco perspectivas diferentes y analizaban dimensiones propias de cada uno. Una sola palabra, sistema, vista desde cinco corrientes de estudio.

Es natural, ante tanto conocimiento del universo, y no siendo un ente perenne, la necesidad de dicha especialización. Sin embargo, me asusta porque a veces esa especialización puede transformarse en la incapacidad para ver el cuadro completo. La ciencia debe generar conocimiento, en eso estoy de acuerdo, sin embargo, en ciertas ocasiones se enfrascan en discusiones sobre un mismo concepto y al final termina por ser algo abstracto y lejano.

Sería divertido pensar que esos científicos pudiera acercar las ciencias sociales a los niños pequeños, tal vez de esa manera, se concrete más el conocimiento, se haga divertido y permita volver a tener un panorama completo, en donde la ciencia se vuelva algo más asequible para todos.

Aquí... allá... ¿diferencias?

Resulta extraño escuchar el mismo comentario como si fuera un eco: no me gusta ir a consulta porque lo único que hacen es recetarte... la medicina a la que nombraré I por eso de los derechos. Creo que es algo curioso porque la primera vez que escuché ese comentario, pensé que había sido la experiencia aislada de esa persona, sin embargo, cuando comienza a repetirse en diferentes voces, pues comencé a pensar que la experiencia no había sido tan aislada. 

Recuerdo una película llamada My Big Fat Greek Wedding. En la introducción de esa película, el papá de la protagonista utiliza un limpia vidrios como remedio para cualquier tipo de mal, incluyendo heridas hechas al jugar. Pues bien, la medicina I me recuerda eso. Es tan efectiva, que no sólo se utiliza para bajar la inflamación o disminuir el dolor muscular. Es efectiva para dolores de cabeza, pequeñas heridas, tendones lastimados, supongo que también sirve para quitar la mala suerte y dormir mucho mejor, entre otras muchas bondades. 

En teoría, la cultura de la prevención es menos costosa para el Estado, por lo tanto, a veces se realizan campañas de salud para prevenir enfermedades, o bien, para detectarlas en una etapa temprana. Sin embargo, cuando se tienen recursos limitados, esa “ayuda” o “atención” comienza a retrasarse. Supongo entonces, es más sencillo recetar medicina I, para curar todos los males a realmente tener un repertorio alternativo a ese medicamento. 

En realidad esto me ha sorprendido porque noté que en este país le dan mucha importancia al tiempo con la familia y al estado de bienestar, por lo menos, en teoría. Tan es así, que una vez regresando a casa en el camión – perdón, bus, porque camión es de carga -, fui testigo de cómo una unidad utilizó una rampa para que alguien en silla de ruedas entrara en esa unidad. Interesante hecho, contrastado con el uso indiscriminado de un medicamento.

Cada vez que soy testigo de ese tipo de detalles, solo puedo decir que me viene a la mente: “En todos lados se cuecen habas”

sábado, 12 de octubre de 2013

El valor de las conexiones



A veces escucho comentarios, con cierta connotación negativa, sobre alguna persona que pudo obtener una oportunidad gracias a sus conexiones. Por mi parte prefiero ser prudente con dichos juicios de valor. En lo personal considero interesante la forma en la que se puede sacar cierto provecho de las redes sociales, y no me refiero a las relacionadas con las nuevas tecnologías, me refiero a los círculos cercanos a cada ser humano.

Mientras estudiaba fui testigo de todo tipo de compañero. Desde aquel preocupado por sacar la nota más alta en absolutamente todas las materias, hasta el otro extremo, quien pasaba porque sus amigos lo incluían en los trabajos aunque no hubiera aportado más que apoyo moral a la causa en común.

Ya una vez insertados en el mundo laboral, o por lo menos cuando lo intentábamos vehemente, me di cuenta de un pequeño detalle. El ser poseedor de cierto promedio escolar no es sinónimo de obtener empleo, el tener el título de alguna escuela reconocida tampoco es sinónimo de oportunidades ventajosas. Cierto es que ayuda, pero no te resuelve la vida.

Esos compañeros parranderos, poco interesados en los estudios no así en fomentar la vida social, fueron quienes pudieron colocarse más rápido en buenos puestos. No en todos los casos hubo la estabilidad suficiente para mantener el empleo, sin embargo, eran a los cuales estaban contratando. El pequeño detalle es que las redes sociales pueden ser más efectivas que un excelente desempeño escolar.

Yo he podido disfrutar en algunos casos de sus bondades. Amigos míos, exjefes, o bien, familiares, me han recomendado en algún lugar para obtener algún puesto. Obviamente depende de mí obtener dicho puesto y además mantenerme en él. Es respetable reconocer la labor de las personas que sin esas recomendaciones han logrado una carrera profesional respetable, sin embargo, desde mi punto de vista muy particular, el poseer una red te puede impulsar más rápido y más alto.

No se trata de conocer a las personas solo con un fin utilitario, simplemente de hacerse presente y que esas personas conozcan también las capacidades y habilidades  profesionales que cada quien posee. En otras palabras, así como me pueden ayudar, yo puedo ayudar a alguien si conozco sus capacidades y confío lo suficiente en esa persona como para recomendarla. Es una carretera, diría mi padre, de voy y vengo.

Así que espero, cuando mis alumnos vean que da resultados ir a fiestas y conocer a mucha gente, recuerden mi recomendación: “Estudien sí, es importante preparase, pero también háganse visibles, que los conozcan, vayan a fiestas y diviértanse”. Así como en la publicidad, la promoción más efectiva sigue siendo la de boca en boca.

lunes, 23 de septiembre de 2013

Entre españoles me veo...



Esto del español puede ser un tanto complicado, ahora lo entiendo. Resulta ser que me encuentro estudiando (bueno, esa es la intención al menos) en la nación que nos heredara la ahora lengua oficial de México: El español. 

Hace tiempo vi en youtube un video cuya letra hablaba sobre las dificultades de estudiar el español - https://www.youtube.com/watch?v=Wdw0LFNVCAE –, la divertida letra se basa en explicar el significado de algunas palabras en diferentes países. La primera vez que lo vi, debo aceptar que me moría de la risa, de la nacida en el estómago y me sacó lágrimas en los ojos.

La cuestión es que la canción ha cobrado otro significado ahora que yo soy la extranjera. La principal diferencia entre españoles y mexicanos es la acentuación de las palabras. Me recuerda un poco a la pronunciación del inglés británico y el americano. El acento, la sílaba “tónica”, por llamarle de alguna manera, recae en otra parte de la palabra. Este hecho es más fuerte con la diferencia al pronunciar la “z”. Los españoles pronuncian la z de una manera en la que la lengua queda atrapada en los dientes, mientras los mexicanos jugamos con el siseo sin lengua.

Otra diferencia que me llama la atención es la forma de conjugar. En España es muy común utilizar los participios, los tiempos compuestos, así “me di cuenta” se transforma en “me he dado cuenta”, después de casi un mes aquí, aunque todavía no he adoptado el acento español, si me he adueñado un poco de su forma de conjugar y he entendido que escucharlos todos los días a todas horas me ha cambiado la forma de expresión.

Ahora bien, las palabras. Cuando platico con españoles o extranjeros que aprendieron el español de este honorable país, nos entendemos en general no en lo particular. En México tenemos la, no sé si mala o buena, costumbre de economizar el lenguaje. De esta manera no perdemos el tiempo, supongo. Si yo digo el refri (refrigerador), la lap (lap-top), la compu (computadora), la café (cafetería) o la uni (universidad) todos me entienden, pero aquí debo decir la palabra completa además de adaptarla al léxico del español propio de Europa. De esta manera el cel es sinónimo de móbil, la compu se vuelve el ordenador y camión se transforma en autobús.

Además de eso, uno debe poner especial interés en comprender algunas expresiones, o bien, evitar otras. Por ejemplo, en México decir “estoy apenado, soy penos@” es equivalente a decir tengo vergüenza, sin embargo, eso se puede malentender como “doy lástima” en España. El adjetivo “fresa” (utilizado en México para designar a una persona casi siempre con mucho dinero, consumidora de marcas de renombre, casi siempre, y con actitud de el mundo no me merece, casi siempre) aquí es pijo, entonces hay zonas muy pijas, en donde se gasta mucha pasta (dinero).  

Hasta la fecha, todavía no sé distinguir muy bien cuando los españoles sólo hablan de una manera un tanto apasionada y cuándo están peleando. Me he encontrado con el problema de que no escuchan mi voz, cosa que en México también me pasa, pero ese problema se agudizó aquí así que debo subir el volumen para hacerme entender. Esto me recuerda que el uso del “mande” como una respuesta educada para decir no te escuché o sí te escuché y si voy para allá, puede ser un poco mal interpretada en este lado del mundo. Decir qué no se considera sin modales y es mucho más propio decir perdón. Por un tiempo entonces, he adoptado la segunda opción.

En fin, son demasiadas las diferencias, interesantes por cierto. Es impresionante como compartiendo la misma lengua, tengamos una cultura tan distinta. Ahora puedo decir con más certeza que el lenguaje es, en definitiva, una parte importante de la cultura. Si logras conocer y aprender sobre cómo se expresan en un lugar determinado, puedes aprender una gran cantidad de cosas sobre la cultura de ese determinado lugar.

lunes, 8 de julio de 2013

Darse un respiro... no es tan mala idea.



Retomando el tema del cuerpo enfermo, me gustaría desarrollar una idea que dejé un poco al aire. Alguna vez me comentaron en una clase que la medicina occidental se diferencia de la oriental en el sentido de que la primera se enfoca a los síntomas de una enfermedad para aliviarla, mientras la segunda entiende la enfermedad como un eje vertical alma-mente-cuerpo. De esta forma, se enfoca en buscar las causas más allá de los síntomas. También me dijeron en esta clase, que existe algo así como una especialidad en occidente en donde la medicina se vuelve social, para estudiar el entorno del paciente y ayudarlo a recuperarse mejor.

Después de recordar eso, me puse a reflexionar acerca de mi propia salud. Recordé lo delicado de mis ojos cuando se trata de desvelo o estrés. Hace años me detectaron astigmatismo con una graduación pequeña. En general puedo ver bien, pero si leo una cantidad considerable de material, entonces mi vista se cansa y me duele la cabeza. Un día, unos lentes hermosos que tenía se me rompieron, dejé pasar el tiempo para comprarme otros, años en realidad, y obviamente mi vista se vio afectada. La cuestión es que a veces me decidía a ir a comprar otros, pero si estaba desvelada o estresada, mi visión se nublaba, en verdad me costaba más trabajo enfocar las letras o los objetos. Como esa situación se repitió varias veces, pasaron años antes de estar en un “buen momento” para irme a hacer la prueba.

Otras veces, cuando me encuentro en situaciones llenas de estrés, en donde no sólo me pongo de mal humor, comienzo a enfermarme. Casi siempre mi cabeza es atacada primero, por lo cual es normal tener mareos o migrañas. Cuando logro dejar pasar esa parte, comienzo con la garganta o el estómago. Me da tos, me da gripa, o bien, me hago acreedora a alguna infección estomacal. No quedo tirada en cama más de un par de días, sin embargo, esas enfermedades son lo suficientemente molestas como para no permitirme seguir con mi vida diaria.

Por lo anterior, supongo que tal vez ese eje vertical no está tan alejado de la realidad. He conocido personas que a cada rato van al hospital hasta por un moretón pequeño, y platicando con ellas me he dado cuenta de que necesitan atención y cariño. Con esto no quiero decir que todas las enfermedades son producto de la mente, nada más alejado de la realidad, me refiero a que hay casos donde el cuerpo baja sus defensas, en parte como resultado del estado de ánimo de la persona.

En este mundo, en esta realidad, en donde se ha desarrollado una carrera loca por abarcar más en menor tiempo, tal vez valga la pena detenerse un momento, reflexionar sobre lo único que realmente nos pertenece, dar un respiro y cuidarnos. Estar enfermo no es divertido, por qué no tratar de evitar caer en esa condición en la medida de lo posible.