domingo, 26 de octubre de 2014

Mi yo superficial.



El Géminis, dicen las malas lenguas, es vulnerable porque posee la esencia de un chiquillo. Los chiquillos suelen ser dispersos, juguetones, curiosos, volubles, todo en uno. A mí edad ya no puedo decir que soy como una esponja que absorbe el conocimiento del mundo, sin embargo, en varios aspectos si parezco muchachita, como diría mi papá. 

Las redes sociales permiten deducir un poco, solo un poco, las actividades de las personas, sus tiempos, sus intereses. En algunos casos, en especial de aquellas personas menos reservadas en línea, podemos adivinar el momento por el cual están pasando. Las redes sociales son fuente de información, la obsesión por dejar una huella digital y ser protagonista de alguna historia virtualmente interesante, o bien, alguna historia virtual interesante, da mucho a conocer de las personas.

Yo no sé si mi obsesión es más bien moderada, la cuestión es que a veces hago el ejercicio de ver qué tipo de publicaciones hacía yo el año pasado, antepasado, hace algunos meses. Puedo darme cuenta de mi evolución, pasé de ser una persona bromista y bastante superficial a más sensible con las causas sociales que no impliquen ir a marchas (lo siento, ese tipo de activismo no me atrae tanto), criticona del Estado, “profunda” en mis opiniones y debates políticos, al parecer me gané el calificativo de intelectualoide.

Pese a eso, dada mi personalidad geminiana, me causa un verdadero conflicto estar tan enojada con el mundo todo el tiempo, hasta el cuerpo me duele. Cabe mencionar que la presión y yo no nos llevamos bien, el ambiente se tensa y peleamos mucho. Por esa razón, tengo mis válvulas de escape llenas de superficialidad, así puedo mantenerme un poco cuerda en este mundo.

Suelo ver algunos melodramas cursis y bien escritos (lo comunicóloga no me deja en paz buu), la animación japonesa y últimamente me ha dado por ser algo así como crítica de cine. Voy al cine, pongo mi opinión de la película y al parecer tengo algunos fans que me toman en cuenta. Y eso me lleva a pensar que el ego en la red puede ser inflado y desinflado de una forma tan rápida que no sabes cuando estás in o cuándo estás out.

También me gustan los programas sobre modelaje. No es que yo sea fashionista, en realidad mis padres serían demasiado felices si fuera aunque sea un poco más vanidosa; me gusta aprender sobre la industria de la moda. Me gustan los programas porque aprendo los términos, conozco un poco más de cómo piensan los diseñadores y siempre me pregunto cómo saben elegir los accesorios adecuados para un outfit. Por otro lado, me gustan los programas de cocina en donde torturan a concursantes, son divertidos y me admiro de la cantidad de ideas que hay.

 Me gusta el arte en general. Esa es buena válvula. La música, la danza, el teatro, el canto, la fotografía. La gente en contacto con sus emociones, dejando su alma en su expresión. El tener una experienca meramete corporal, de decir me gusta porque me llega, porque me pone la piel chinita, porque me permite ir a realidades más bien paralelas. Todo eso es simplemente genial.

Mi último escape es escribir. La verdad la condenada presión se ha vuelto celosa, no me permite coquetearle a la escritura como antes, por eso me doy mis escapadas y dejo escapar un poco de mi visión del mundo con la escritura, me relaja un poco, me ayuda a estructurar, a ordenar mi mundo. Lo deshace, lo crea, lo revuelve, le hace de todo. La escritura fluye, no sabes cómo terminará. En fin, hoy necesitaba decirlo, desde que acepté que me gusta mi superficialidad, creo que puedo ser un poco más feliz.

Hablando de etiquetas.



Hace unos días fui a la tienda de la esquina, que está en demasiadas esquinas, cerca de mi casa y vi otra vez a una mujer que suele visitar esa esquina. Como no he platicado con ella no lo sé de cierto, pero si me baso en lo que visto pareciera una mujer indígena, la cual es acompañada por su pequeño de unos cincos años. La mujer pide limosna y lleva una mochilita en donde guarda comida para el chiquillo y algunas cosas más. 

En lo personal, aunque me sale un poco más caro, prefiero comprarles comida a darles dinero. Es una forma de asegurar que el niño tenga algo en su estómago, especialmente si es víctima de algún tipo de explotación. Me ha tocado ver cómo los ponen a trabajar sucios, con frío, con hambre, con miedo, para dar lástima y así obtener más dinero. Una vez un niño recibió un suéter en una noche fría, su “madre” se lo quitó de muy mal modo y lo mandó  a seguir pidiendo dinero.

Algunas mujeres, cuando les doy leche y algo de comer, lo primero que hacen es abrirla y dársela a sus hijos, razón por la cual pienso si son más “madres”. No lo sé. La cuestión es que para realmente juzgarlas necesitaría hablar con ellas, conocer su historia y de ahí decidir. Pero si a números nos remitimos, lo cierto es que las mujeres sin un alto nivel educativo e indígenas pertenencen a uno de los grupos vulnerables más importantes, por decirle de alguna manera, del país. El otro grupo vulnerable son los niños, completamente dependientes de sus familiares, no poseen voz ni voto hasta cumplir la mayoría de edad, es decir, a pesar de los tratados y organismos internacionales, en realidad los niños no pueden defenderse solos, necesitan a un adulto que lo haga por ellos y qué pasa si ese adulto es quien abusa de ellos, si no hay una figura autoridad que vea por su seguridad.

Otro grupo para mí importante es el de los ancianos, la gente de la tercera edad a veces es duramente juzgada con afirmaciones tipo puede seguir trabajando, aún es fuerte. Bueno, la realidad en México es que a partir de los 30 comienzas a ser viejo para ciertos sectores, y la cosa se pone peor si eres analfabeta o no terminaste hasta el nivel medio superior, en otras palabras, la famosa prepa. Qué decir después de los 50 ó 60, ya se es demasiado viejo, demasiado lento, demasiado amañado, demasiado todo. Después de los 50, el cuerpo no responde igual, la fuerza lo abandona  y los achaques son sus mejores amigos. Honestamente, es complicado que les den trabajo después de cierta edad. Aunado a eso, los afortunados estarán jubilados y aunque sea una módica cantidad, pueden contar con una mensualidad. Habrá muchos otros, por no decir la mayoría, que no cuentan ni siquiera con eso, en especial mujeres viudas. Si sus hijos son “buenos” puede ser que los ayuden a pasar su vejez de manera digna, sino, serán abandonados en un asilo, en un hospital o en donde sea en el peor de los casos.

Mi mamá sabe un cuento que le crea un nudo en la garganta. Dice que había un señor en silla de ruedas que un día salió con su hijo a dar un paseo. El hijo lo llevó al monte con mentiras y ahí lo abandonó. La cuestión es que cuando este hijo se volvió el padre en silla de ruedas, sufrió la misma suerte. Podría parecer una exageración, sin embargo, basta con echarse un chapuzón en las noticias para leer casos así. Las mismas redes sociales se han vuelto un canal de ayuda en situaciones con la finalidad de auxiliarlos de manera adecuada.

Ahora bien, no se trata de estereotipar gente, de hacerlos víctimas vulnerables. Una mujer por ser mujer no necesariamente es buena y emotiva, los indígenas no siempre son honorables y no todos los viejitos dulces. Lo cierto es que muchos estudios en ciencias sociales los consideran grupos vulnerables porque juntan las características de colectivos con poder limitado y poca influencia, pero en ningún momento eso quiere decir que es una ley inmutable.

El objetivo de esta pequeña reflexión es caer en cuenta de que hay factores que empoderan a una persona en un mundo globalizado, conectado, superespecializado y capitalista. Pertenecer a una clase alta, poseer un alto nivel educativo, trabajar las relaciones públicas, poner atención a la información, todo eso empodera y proporciona una voz, una responsabilidad. Más allá de decir pobre grupo vulnerable, aprendí gracias a varias personas sensibles, que importan las historias, visibilizar esas historias, aprender un poco de ellas, poner nuestro granito de arena para mejorar. No sólo se trata de dar dinero, de tener un gesto, se trata de escucharlos, de volverlos personas visibles y dignas.

Ese día, en la tienda de la esquina que está en demasidas esquinas, la mujer limosnera recibió varios “presentes”. Por un lado una señora entró con su hijo a la tienda, le dijo que podía tomar todo lo que él quisiera, preguntando antes su nombre, el chiquillo sonreía con una alegría más bien tímida; después otra mujercita le preguntó a la limosnera si necesitaba algo de la tienda, yo le di una leche y unas galletas para su chiquito. Ese día hubo gente amable (yo no tanto), pero creo que más valioso todavía hubiese sido escuchar su historia, por qué recurrió a esa estrategia, si tenía más hijos, si necesita la ayuda. Así uno se entera de la viuda que vende servilletas y viaja todos los días unos 40 minutos en autobús porque en su lugar de origen no se las compra, su esposo la dejó joven y con una hija, entre las dos salieron adelante. O bien, del señor que todos los días viaja una hora para llegar a vender periódico porque ya tiene el permiso ahí. Trabaja duro porque son de una comunidad muy pobre, no tuvo la oportunidad de estudiar, por eso lleva todos los días a la escuela a su hijo, para que no sufra su misma suerte y pueda mejorar. O de la pareja que venía desde otro estado a buscar suerte, tan necesitados que aceptaban cualquier labor, porque la situación estaba complicada y ya tenían tres hijos.  

Las estadísticas, los números, las etiquetas no tienen rostro ni historia. En cambio, la sangre corre por las venas de la gente, las memorias crean matices, le dan color a la realidad. En lo personal, me quedará como tarea acercarme más a esa gente, conocer su historia cuando tenga oportunidad, preguntarles, saber, indagar para así evitar caer en determinismos, estereotipos y prejuicios que solo limitan a la persona. Es una tarea titánica, pero alcanzable dando un paso a la vez.

martes, 21 de octubre de 2014

Detrás de la flojera.



Uno de los estereotipos más arraigados sobre los latinoamericanos en general, mexicanos en lo particular, es el hecho de que son holgazanes, es decir, los latinos son personas que rehúyen del trabajo a la primera oportunidad, que van por la vida buscando un empleo como diría mi madre “pidiéndole a Dios no encontrar”.

En lo personal me da tristeza que en el imaginario de la gente (y hablo por los pocos o muchos que conozco, tampoco quiero generalizar diciendo toda la sociedad mexicana) lo mexicano es acreedor al calificativo chafa, inservible, de poca o nula calidad. En general, al mexicano se le acusa de ser malinchista, es decir, preferir al extranjero a lo local, y creo que es más bien que lo diferente llama la atención para bien o para mal, y eso sucede en cualquier lugar.

En una de mis clases de la maestría, estudiamos la historia política, económica  y social de Latinoamérica, comenzando por la época de la colonia. Fue interesante, fue ilustrativo. Resulta ser que una de las actividades más  prolíferas en esa época fue la minería. Hubo ciudades a las cuales obligaron entrar a la industria de la extracción haciendo que los indígenas, a quienes consideraban inferiores por ser los conquistados, trabajaran en dichas minas sin protección alguna. Para no hacer larga la historia (que bien vale la pena estudiar para entender el presente), al darse los movimientos independentistas, las aborígenes tuvieron la opción de no aceptar trabajar en esos lugares. Esto molestó a las nuevas empresas europeas que entraron en Latinoamérica con la intención de sacar el mayor beneficio con el menor costo, obvio antes de los movimientos obreros. Entonces, el hecho de que los latinos no quisieran trabajar en las mismas condiciones de la época de la colonia, en gran medida debido a que podía costarles la vida, los hizo ganarse la fama de holgazanes sinónimo de flojos.

Y es aquí donde yo no entiendo bien cómo es la cuestión. Es cierto que hay gente floja, cuya salida fácil es pedir dinero. También es cierto que hay gente abusiva que se cuelga de otros para obtener beneficios. Pero muchas veces su condición de vida no le permite a ciertas personas acariciar la idea llamada progreso, tan presente en lo que signifique la era moderna.

Hay un hombre que todos los días se pone debajo de un puente. Dependiendo de la hora vende periódico o bolsas de basura. Todos los días está en su puesto y ofrece el periódico. A veces lo acompaña un niño, a veces el niño también vende, pero en realidad es más compañero de su papá, se nota cuando el señor lo ayuda a cruzar la calle, él niño aún depende de su padre. Platicando con él me entero de que es de una comunidad muy pobre cerca de mi ciudad, todos los días va en camión para no perder su puesto porque ya tiene permiso de gobierno para vender ahí, todos los días lleva a su hijo a la escuela porque quiere un futuro mejor para el niño, ese hombre solo pudo estudiar el preescolar, no quiere la misma suerte para su hijo. Yo no puedo acusarlo de flojera, o que sea pobre porque así lo decidió, o que tenga poca capacidad para buscar el progreso. Esos son prejuicios.

También observo a los ambulantes, a las personas que venden comida en la calle, a los locatarios. Llegan todos los días, limpian su lugar, acomodan las cosas, ofrecen sus servicios – de buen o mal modo, pero eso es otra historia -, todos los días sin falta. Incluso hay gente que se queda sin comer, llega más tarde o más temprano. Haciendo un lado el tipo de frustraciones detrás de cada ser humano, esas actitudes no puedo calificarlas de personas flojas. Como dije, las hay, es cierto, pero generalizarla al grado de decir que casi todo un continente posee esa característica por el simple hecho de haber nacido ahí se me hace fuerte, tal vez hasta peligroso. Los estereotipos pueden serlo.

Como buena latina, en especial hija de una madre mexicana muy fijada en esas cosas, los modales y cortesía son algo indispensable en mi vida, digo por favor, doy las gracias, uso el famoso mande sin sentirme mal por eso. En mi estancia en España, al parecer este tipo de detalles les llama mucho la atención porque ellos son diferentes en el trato. Dicen que los latinos somos como muy “suaves” en nuestros modos. Eso lo noté especialmente en los meseros, la verdad a veces me daban ganas de pedirles perdón por querer aceptar el servicio que se supone les pagan para hacer. Honestamente, en este sentido, prefería a los meseros latinos, casi siempre (no siempre, hay que aceptarlo, hay gente amargada en cualquier lugar) mostraban una sonrisa, daban un trato amable y aunque allá no se acostumbra, me daban ganas de dejarles un poco más de propina. Ahora bien, aunque los españoles pudieran tener fama de un trato rudo porque suelen hablar de esa manera, lo cierto es que hay personas muy amables, que también sonríen y sirven de manera que a uno le dan ganas de dejar un poco de propina. 

Después de esta reflexión me di cuenta de que los prejuicios no llevan a ningún lado. Existen en el mundo muchas ideas preconcebidas acerca de la gente, de sus valores, de la forma de actuar, de lo esperado para cada quien. Los calificativos deberían ganarse por los hechos, más que por azares del destino. Espero que en el futuro podamos cambiar como sociedad esa idea de que todo lo hecho en México es chafa, es de mala calidad. Los mexicanos tenemos muchas curiosidades y entre ellas está el de hacer bien las cosas, en interesarnos en el otro, en ser cálidos. No todo es violencia, corrupción y atrocidades, México tiene más colores y me gustaría que los mexicanos pudiéramos verlos, apreciarlos.