Crecí en un hogar tradicional, en donde las mujeres deben
saber todo sobre la casa y los hombres deben saber todo sobre el trabajo. Lo
curioso del asunto es que aunque mi abuelita –a la cual quiero y respeto mucho-
es más bien de esas mujeres machistas de antaño, permitió que sus hijas
estudiaran y trabajaran, de igual forma, sus hijos saben hacer labores del
hogar. Sin embargo, todavía tiene arraigada la idea de que las hermanas sirvan
a los hermanos, que la voz de los hermanos vale más y que sus esposas no
terminan de merecerlos. Ay mi abuelita.
La cuestión es que mi mamá, como muchas mujeres con
necesidades, tuvo que comenzar a
trabajar desde los 15 años como secretaria. Ella se preparó en una academia
donde les enseñaban a ser las mejores. Así que ellas, además de las labores
propias de una secretaria, sabía de protocolos y etiqueta; eran educadas con
buenos modales, sabían redactar bien y se fijaban mucho en la presentación. A
mamá le gustaba trabajar pero cuando se casó, prefirió quedarse en el hogar y
estuvo igualmente contenta.
De esta manera si un día me casaba, el transformarme en
ama de casa era una idea romántica. Es decir, el quedarme en casa era sinónimo
de poderme dar el lujo de prestar más atención al hogar, de acompañar a mis
hijos mientras más me necesitaran, de crear un espacio mío y compartirlo con mi
familia, logrando que el hogar fuera eso, un hogar, un lugar seguro en donde
refugiarse. Solo que mi madre consideró de suma importancia que mi hermana y yo
estudiáramos una carrera para también ser independientes, para que si
llegábamos a formar un hogar lo hiciéramos por plena convicción más que por el
hecho de encontrar alguien que nos mantuviera (tristetemente cierto, muchas
mujeres solo buscan quien las saque de su casa o del trabajo). A mis padres se
les pasó la mano. Ahora mi hermana y yo preferimos un poco las mieles de la
independencia, al menos hasta encontrar al “indicado”, lo que sea que eso
signifique.
Aunque prefiero trabajar mi intelecto, preparando los
materiales propios de mi actividad, respeto a las amas de casa. Me enseñaron a
apreciarlas y debo decir que ha habido ocasiones en las cuales lo olvidé.
Ahora, por una situación “especial” recobré ese respeto.
En mi paso por España, me di cuenta de que por allá, el trabajo doméstico se toma como una especie de prisión,
es decir, si una mujer decide dedicarse al hogar, se ha anulado completamente
como mujer, entonces una debe escapar de ese destino cruel y realizarse como
profesionista. Es decir, el trabajo en casa es subestimado, a veces
despreciado, además de considerado un tanto retrógrada.
Esa idea choca mucho con la forma tradicional en la que
fui educada, pero también, con la perspectiva de algunas feministas latinas.
Ellas consideran importante comenzar por quitar estigmas –hombre agresor,
fuerte y violento; mujer víctima, débil y emocional- a los género, pero además
de eso, es importante revalorizar el trabajo, hasta ahora “invisibilizado”, de
las amas de casa.
Ellas suelen tener la casa aseada, la comida caliente, se
preocupan por lavar la ropa y guardarla, lavan trastes, arreglan cosas. Llevan,
traen, se ocupan del cuidado de su familia. Si nos ponemos a comparar la
cantidad de horas que le dedica una personas “normal” al trabajo doméstico por
semana, la mayoría de las tareas recaen en un ama de casa, la cual podría estar
trabajando al menos unas 40 o 50 horas por semana. Lo triste del asunto es que
cuando ellas enferman, todo se vuelve un desastre y aun así, no tienen
descanso, vacaciones o paga. El trabajo doméstico es sutil y callado, todo está
listo como parte de las labores diarias, no como algo extraordinario cuando en
realidad lo es.
Las amas de casa explotan su creatividad, se organiza,
administran todos los recursos del mismo, y en algunos casos, hasta hacen
milagros con lo poco que poseen. Las amas de casa son valiosas, la verdadera
plenitud debería ir más allá de una actividad, es decir, por qué decir que una
mujer solo puede ser plena si está en el hogar, o bien, si se desarrolla como
profesionista. Creo que esa es una visión más bien estrecha de la plenitud del
ser.
El trabajo en casa debería ser una labor compartida, eso
es cierto, y no voy a mentir, a mí también me gusta llegar a casa y que alguien
más haya lavado, cocinado, sacudido, guardado, pero en estos días que he tenido
la oportunidad de recordar lo que significa estar a cargo de un hogar
(curiosamente en casa nos estamos repartiendo entre 4 todo lo que hacía 1),
debo renovar mi respeto y admiración por las amas de casa, por lo menos para
aquellas que sí están comprometidas con su familia y les gusta cuidar de ellas.