sábado, 28 de marzo de 2015

El trabajo invisible.



Crecí en un hogar tradicional, en donde las mujeres deben saber todo sobre la casa y los hombres deben saber todo sobre el trabajo. Lo curioso del asunto es que aunque mi abuelita –a la cual quiero y respeto mucho- es más bien de esas mujeres machistas de antaño, permitió que sus hijas estudiaran y trabajaran, de igual forma, sus hijos saben hacer labores del hogar. Sin embargo, todavía tiene arraigada la idea de que las hermanas sirvan a los hermanos, que la voz de los hermanos vale más y que sus esposas no terminan de merecerlos. Ay mi abuelita.

La cuestión es que mi mamá, como muchas mujeres con necesidades, tuvo que comenzar  a trabajar desde los 15 años como secretaria. Ella se preparó en una academia donde les enseñaban a ser las mejores. Así que ellas, además de las labores propias de una secretaria, sabía de protocolos y etiqueta; eran educadas con buenos modales, sabían redactar bien y se fijaban mucho en la presentación. A mamá le gustaba trabajar pero cuando se casó, prefirió quedarse en el hogar y estuvo igualmente contenta.

De esta manera si un día me casaba, el transformarme en ama de casa era una idea romántica. Es decir, el quedarme en casa era sinónimo de poderme dar el lujo de prestar más atención al hogar, de acompañar a mis hijos mientras más me necesitaran, de crear un espacio mío y compartirlo con mi familia, logrando que el hogar fuera eso, un hogar, un lugar seguro en donde refugiarse. Solo que mi madre consideró de suma importancia que mi hermana y yo estudiáramos una carrera para también ser independientes, para que si llegábamos a formar un hogar lo hiciéramos por plena convicción más que por el hecho de encontrar alguien que nos mantuviera (tristetemente cierto, muchas mujeres solo buscan quien las saque de su casa o del trabajo). A mis padres se les pasó la mano. Ahora mi hermana y yo preferimos un poco las mieles de la independencia, al menos hasta encontrar al “indicado”, lo que sea que eso signifique.

Aunque prefiero trabajar mi intelecto, preparando los materiales propios de mi actividad, respeto a las amas de casa. Me enseñaron a apreciarlas y debo decir que ha habido ocasiones en las cuales lo olvidé. Ahora, por una situación “especial” recobré ese respeto.

En mi paso por España, me di cuenta de que por allá, el trabajo doméstico se toma como una especie de prisión, es decir, si una mujer decide dedicarse al hogar, se ha anulado completamente como mujer, entonces una debe escapar de ese destino cruel y realizarse como profesionista. Es decir, el trabajo en casa es subestimado, a veces despreciado, además de considerado un tanto retrógrada.

Esa idea choca mucho con la forma tradicional en la que fui educada, pero también, con la perspectiva de algunas feministas latinas. Ellas consideran importante comenzar por quitar estigmas –hombre agresor, fuerte y violento; mujer víctima, débil y emocional- a los género, pero además de eso, es importante revalorizar el trabajo, hasta ahora “invisibilizado”, de las amas de casa.

Ellas suelen tener la casa aseada, la comida caliente, se preocupan por lavar la ropa y guardarla, lavan trastes, arreglan cosas. Llevan, traen, se ocupan del cuidado de su familia. Si nos ponemos a comparar la cantidad de horas que le dedica una personas “normal” al trabajo doméstico por semana, la mayoría de las tareas recaen en un ama de casa, la cual podría estar trabajando al menos unas 40 o 50 horas por semana. Lo triste del asunto es que cuando ellas enferman, todo se vuelve un desastre y aun así, no tienen descanso, vacaciones o paga. El trabajo doméstico es sutil y callado, todo está listo como parte de las labores diarias, no como algo extraordinario cuando en realidad lo es.

Las amas de casa explotan su creatividad, se organiza, administran todos los recursos del mismo, y en algunos casos, hasta hacen milagros con lo poco que poseen. Las amas de casa son valiosas, la verdadera plenitud debería ir más allá de una actividad, es decir, por qué decir que una mujer solo puede ser plena si está en el hogar, o bien, si se desarrolla como profesionista. Creo que esa es una visión más bien estrecha de la plenitud del ser.

El trabajo en casa debería ser una labor compartida, eso es cierto, y no voy a mentir, a mí también me gusta llegar a casa y que alguien más haya lavado, cocinado, sacudido, guardado, pero en estos días que he tenido la oportunidad de recordar lo que significa estar a cargo de un hogar (curiosamente en casa nos estamos repartiendo entre 4 todo lo que hacía 1), debo renovar mi respeto y admiración por las amas de casa, por lo menos para aquellas que sí están comprometidas con su familia y les gusta cuidar de ellas.