Hace
tiempo un doctor me dijo, y no estoy muy segura si me lo contaron o lo leí, mi
memoria traicionera no ayuda, que el estrés era bueno porque ponía a la persona
en estado de alerta y la ayudaba a huir de sus depredadores. En otras palabras,
era un mecanismo de supervivencia para los hombres primitivos. El estrés se iba
porque ellos tenían mucha actividad
física que los ayudaba a relajarse, por así decirlo. En la actualidad en
cambio, el estrés sigue siendo el protagonista de una vida descrita como “moderna”
en vías de buscar el “progreso”, lo que eso quiera decir.
Se
habla de la calidad de vida como un concepto más bien abstracto. La tecnología
se supone es una extensión del ser humano cuya finalidad es facilitar su vida,
sin embargo, el abuso de la tecnología ha hecho que se acorten las distancias y
por lo tanto el concepto del espacio se desvanezca, al desaparecer ¿qué pasa?,
sencillo, el tiempo se vuelve más abstracto y entonces si tienes un trabajo de
ventas, por citar un ejemplo, debes estar disponible a todas horas, uno nunca
sabe cuándo puede llegar un cliente. O bien, si eres un director de empresa,
todo puede salir mal en cualquier momento, hay que estar disponibles. Peor aún
si se trata de una empresa trasnacional, con las videoconferencias hay que hacer
juntas a nivel internacional con el horario del otro país, por citar algunos ejemplos.
La
tecnología en sí misma ha cumplido su función, el uso que se le ha dado es otra
historia. Así que, estando conectados todo el tiempo, más al pendiente de
abarcar mucho en poco tiempo, el estrés se ha vuelto parte de la vida de todos.
El problema es que un estrés prolongado, en vez de ser un estado de alerta para
la supervivencia se transforma en desgaste emocional.
Si
eres una persona sana, haces ejercicio, sales con tus amigos o le gritas al
vecino y no pasa de ahí. Pero qué sucede cuando eres una persona que no ha
logrado desarrollar una forma de canalizar el estrés. El desgaste se acumula
manifestándose de formas no del todo sanas. El cuerpo somatiza los males de la
mente, el cuerpo se enferma.
Se
dice que el éxito va de la mano con lujos, una buena posición y una vida algo
superficial, deseable sí, aunque superficial. Poco se habla de la importancia
de sentirse bien, pleno, aunque sea con una forma de vida diferente a la
mayoría, es decir, una forma de pensamiento donde el progreso no quiera decir
necesariamente mucho dinero o una vida de revista.
Cuando
comencé a asistir a congresos con feministas, ellas me hicieron caer en cuenta
de algo. Se nos ha enseñado que el trabajo que vale, que las actividades que
valen son las que producen dinero. El dinero produce poder adquisitivo, a mayor
poder adquisitivo mayores posibilidades de obtener y acumular cosas. ¿En
realidad es tan necesario ir por la vida comprando?, no voy a negar que me
encanta tener la posibilidad de comprar cualquier cosa, me encanta tener la
posibilidad de ir a cualquier lado o darme ciertos lujos, sí, me encanta, pero
¿en realidad es algo que me satisface más allá del momento en que lo disfruto?
Sin
darme cuenta, he acumulado estrés por un poco más de un año. Siempre poniendo
otras prioridades a mi salud mental, dejé de hacer cosas que me gustan, cosas
tan simples como ver a mis amigos, ir al cine, leer un buen libro (y no solo
otomes), escribir. Olvidé todas esas actividades que me hacen sentir
satisfacción, dejé que mis frustraciones se fuera metiendo en mi cabeza hasta
volverse parte de mi día a día. Ahora me está cobrando la factura y estoy
molesta.
Darse
cuenta del desgaste puede ser complicado, al menos en mi caso, aceptar el cómo
me siento y el por qué me siento así es un camino que apenas comencé. Hasta que
logre dejar salir todo lo negativo podré darle lugar a lo positivo, así que
como primer paso decidí utilizar la tecnología a mi favor. Haré cosas que no
son productivas porque no generan dinero pero sí satisfactorias. Así que
trataré de seguir con mi ejercicio de redacción en forma de blog, ir al cine,
salir con mis amigos, seguir con mi francés, aprovechar el mundo de información
que puedo explorar y curiosear a mi antojo. Intentaré aplicar esa técnica de
por cada pensamiento negativo en mi cabeza, lo cambiaré por uno positivo. Tal
vez así nacieron los optimistas.