jueves, 12 de enero de 2012

Mi amigo el tráfico...

Cuando me volví asidua consumidora del servicio de transporte público, me la pasaba lamentando no poder acceder a mi precioso vocho negro. Lamentaba utilizar hora y media de mi tiempo para llegar al trabajo y otro tanto para regresar a casa. Pensaba, cual autora del romanticismo, en lo bien que me vería manejando un carro, con la ventana abajo, la música a medio volumen para no distraerme y la velocidad de mi lado.

Hace poco, tuve la oportunidad de utilizar cierta camionetita hermosa para comenzar a trasladarme de un lado a otro. Recordé lo hermoso de tener un volante suave en mis manos, lo rápido que se puede reaccionar ante cualquier eventualidad, además de las mil decisiones que se deben tomar en cuestión de segundos. Pero, como buen escritor clásico, no pude seguir evadiendo mi realidad, la confronté. 

La parte rosa... 

Me tardo menos en llegar a cualquier lado porque sigo una ruta más directa, sin necesidad de hacer paradas cada diez minutos. La camioneta es suave, me cubre del frío, es relativamente fresca en el calor, no huele de manera extraña. Al principio me costaba mucho trabajo dominar la cuestión de las dimensiones, sin embargo, ya mi cerebro se puso a trabajar un poco en ello. 

Me he vuelto menos ferviente en mis rezos, ya no es necesario buscar una forma de amortiguar el golpe después de un tope. También me he vuelto un poco más respetuosa porque no le recuerdo al chófer a su madre o su abuela. 

La parte verde gris...

Utilizar una camioneta es sumamente caro. El consumo de gasolina por kilómetro es realmente alto. Me hace evaluar qué me sale más costoso: utilizar el camión o ponerle gasolina cada tercer día. Por otro lado, es importante estar al pendiente de cualquier ruido o falla porque ahora soy la responsable del auto y de quien me acompañe.

Algunas de mis rutas preferidas son por carretera porque logro zafarme de los semáforos. La cuestión es que me gusta manejar como viejita y así no puedo hacerlo. Sin quererlo, comienzo a tensar todo mi cuerpo, de repente olvido el significado de respirar profundo. Para aderezarlo todo... el sol no siempre es mi amigo, aunque traiga lente obscuros, a veces él quiere hacerme repelar, obligándome a utilizar mi habilidad para manejar a pesar de su brillantez. En ese momento preferiría manejar de noche. 

Lo negro... negro... negro... (¿así o más exagerado?)

Ya no puedo dormirme mientras el tráfico nos hace avanzar a la grandiosa velocidad de veinte kilómetros por hora. Y lo sé porque en mi ciudad, en algunas zonas, hay un velocímetro que refleja en un panel la velocidad del conductor. 

¿A qué viene mi queja?, muy sencillo... mi ciudad tiene alrededor de un millón de personas viviendo en ella. No es mucho en realidad. Tiene algunas vías rápidas interesantes, avenidas que si se pueden llamar así, calles hermosas, colonias de todo tipo, edificios modernos y antiguos (el centro es patrimonio de la humanidad). Es todo un estuche de monerías.

Pese a eso, los gobernantes han concebido la necesidad de modernizarla. Es entonces necesario hacer una serie de obras interesante que obstruyen las principales vías rápidas de la ciudad. En vez de ayudar al flujo de carros, en un recorrido que originalmente era de veinte minutos para atravesar la ciudad, ahora puedes hacer alrededor de una hora. En tramos donde tardabas cinco minutos en cruzar, ha aumentado a un total de una hora. Hay varios cuellos de botella derivados en parte a la poca organización y mucha competencia entre el Gobernador priista y el presidente municipal panista. Han olvidado la importancia de ponerse de acuerdo para que una obra no dure más de un año. 

Ahora bien, si el tráfico fuera un alto total, pues me relajaría dentro de mis posibilidades, me pondría a escuchar música o de plano a leer, lloraría mi mala suerte y después reclamaría al cielo el hecho de que no les proporcionara un poco de sentido común a nuestros dirigentes... ese no es el caso... hay que manejar con las piernas tensas, aunque el lado positivo es que posiblemente las estoy ejercitando un poco, para no perder el control entre el freno y el acelerador. Se debe estar al pendiente de la distancia con el de adelante porque nunca falta la persona que transpira inteligencia y cree que la distancia de dos carros en carretera es para darle oportunidad de entrar. 

Además de eso, debo controlar mi miedo a los famosos trailers y camiones de redilas. Como todavía me falta un poco de práctica en unidades largas, es muy fácil que no me dejen pasar a pesar de mi direccional. O aquellos que al ver la direccional es permiso para acelerar y no dejarte entrar en el carril. El estrés al manejar ha regresado a mi vida, pues en mi ciudad, los conductores no tienen malicia, piensan que los demás los van a cuidar, haciendo un caos por cuestiones pequeñas. 

Aun así... prefiero manejar 

No hay comentarios:

Publicar un comentario