Hace
un par de semanas quedé de salir con una amiga antes de su visita a un hotel pet friendly, lo cual por cierto la
tenía por demás emocionada. Quedé de verla en una crepería, en frente de la
Universidad en donde me encuentro estudiando la maestría. Todo parecía normal, por
lo cual pedí un té Chai y una crepa salada porque mi desayuno había sido un
yogurth, en parte porque la idea era comer con mi amiga.
La
crepa tenía buen sabor, hecha de queso Gouda y jamón de pavo. Platiqué con mi
amiga de nuestra nueva apreciada y hermosa adicción, es decir, los doramas coreanos –melodramas coreanos en
realidad, están mejor hechos que las telenovelas mexicanas-. Todo en orden
hasta que mi estómago comenzó a protestar, para después dolerme la cabeza,
cambiar mi respiración, terminando en vómito. Cerré esa noche con broche de oro
cuando me dio fiebre.
Para
no hacer el cuento largo de mis dolencias, me hice acreedora a una infección
estomacal que después de dos noches con fiebre, me hizo comprender lo necesario
de tomar antibiótico, al cual por cierto le huyo porque después de dejarlo,
necesito otra semana de recuperación.
El
hecho de estar enferma, de temblar en la noche porque el cuerpo se me puso como
témpano de hielo, después de estar hirviendo, el hecho de tener dolor en el
estómago con cada alimento no es divertido. El estar enferma me hace enfrentar
una realidad en donde no importa la cantidad de cuidados, lo importante es
comprender lo vulnerables que puedo ser cuando estoy así.
He
visto películas de antaño, en donde el ritmo de vida es evidentemente más
lento. No quiere decir que hubiera menos actividades, simplemente la vida tenía
otro compás. Ahora todo es correr, trabajar, comer, de vez en cuando tener vida
social, luego seguir trabajando y conocer algo así como el estrés crónico.
Obviamente
esto no aplica en todos los casos, he ubicar esta situación a los simples
mortales sin el apoyo de una fortuna cuantiosa detrás. El hecho es que el
avance tecnológico provoca situaciones como las de sincronizar todos los
aspectos de la vida, entonces desde un dispositivo móvil puedes revisar el
correo electrónico, las noticias, los medios masivos, puedes jugar y hacer un
sinfín de actividades.
Así
que si antes, después de las seis, de las ocho, según el horario, llegabas a tu
casa a realizar las actividades propias del hogar, entre ellas el dormir, ahora
te puede llegar un telefonazo al celular, o bien, un correo electrónico
anunciando alguna emergencia, es menester atenderla al momento. O si el
cliente, el proveedor, el contacto está del otro lado del mundo, puede ser
hasta cierto punto natural contestar a las cuatro de la mañana dada la
diferencia de horario.
Por
ejemplo, esta vez, después de dos días de cama, tuve que presentarme en la
Universidad a hablar sobre los avances de mi proyecto de investigación, ante
compañeros de otras universidades. La verdad, el sentirme mal me ayudo a no
estar nerviosa. Sin embargo, después de una media hora, comencé a marearme,
estaba sudando mucho y no pude permanecer mucho tiempo de pie. De igual forma,
a la hora de mi presentación, la cual fue de 15 minutos, no pude concentrarme
del todo con las preguntas que me hacían, y mucho menos pude pensar en una
respuesta ingeniosa o cautivadora para las mismas.
Cumplí
con el compromiso, pero me hizo preguntarme si valió la pena estar sentada,
sintiéndome fatal, a punto de tirarme en el suelo porque el cuerpo se me volvió
una piedra. Cuántas veces no abusamos de nuestro cuerpo para “cumplir” con las
responsabilidades adquiridas con el paso de tiempo. Ahora todo es rápido, todo
debe ser funcional y todo debe estar sincronizado.
La
cuestión es que en realidad, lo único que sí poseemos, que nos pertenece, que
es parte de nuestra esencia como seres humanos es el cuerpo. El cuerpo debería
ser sagrado y una prioridad en nuestra vida, sin embargo, al cuerpo lo
ultrajamos, lo adornamos, abusamos de él. Al final entonces, ante el ritmo de
la vida actual, pareciera que no tenemos tiempo para enfermarnos, cuando en
realidad, si no buscamos una válvula de escape, el cuerpo simplemente colapsa.
Con
el paso del tiempo, y ante esa realidad de vulnerabilidad, no he tenido más
remedio que buscar actividades un tanto relajadas para evitar el colapso.
Aunque de vez en vez, cuando me da fiebre, o simplemente no puedo levantarme,
vuelvo a recordar lo débil que en realidad soy. El cuerpo enfermo no sólo
es el cuerpo, el cuerpo enfermo debilita a la mente y al espíritu. Por eso es
importante tener actividades en donde se pueda canalizar la energía y
fortalecer aquella fragilidad propia de nuestra especie.
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