martes, 21 de octubre de 2014

Detrás de la flojera.



Uno de los estereotipos más arraigados sobre los latinoamericanos en general, mexicanos en lo particular, es el hecho de que son holgazanes, es decir, los latinos son personas que rehúyen del trabajo a la primera oportunidad, que van por la vida buscando un empleo como diría mi madre “pidiéndole a Dios no encontrar”.

En lo personal me da tristeza que en el imaginario de la gente (y hablo por los pocos o muchos que conozco, tampoco quiero generalizar diciendo toda la sociedad mexicana) lo mexicano es acreedor al calificativo chafa, inservible, de poca o nula calidad. En general, al mexicano se le acusa de ser malinchista, es decir, preferir al extranjero a lo local, y creo que es más bien que lo diferente llama la atención para bien o para mal, y eso sucede en cualquier lugar.

En una de mis clases de la maestría, estudiamos la historia política, económica  y social de Latinoamérica, comenzando por la época de la colonia. Fue interesante, fue ilustrativo. Resulta ser que una de las actividades más  prolíferas en esa época fue la minería. Hubo ciudades a las cuales obligaron entrar a la industria de la extracción haciendo que los indígenas, a quienes consideraban inferiores por ser los conquistados, trabajaran en dichas minas sin protección alguna. Para no hacer larga la historia (que bien vale la pena estudiar para entender el presente), al darse los movimientos independentistas, las aborígenes tuvieron la opción de no aceptar trabajar en esos lugares. Esto molestó a las nuevas empresas europeas que entraron en Latinoamérica con la intención de sacar el mayor beneficio con el menor costo, obvio antes de los movimientos obreros. Entonces, el hecho de que los latinos no quisieran trabajar en las mismas condiciones de la época de la colonia, en gran medida debido a que podía costarles la vida, los hizo ganarse la fama de holgazanes sinónimo de flojos.

Y es aquí donde yo no entiendo bien cómo es la cuestión. Es cierto que hay gente floja, cuya salida fácil es pedir dinero. También es cierto que hay gente abusiva que se cuelga de otros para obtener beneficios. Pero muchas veces su condición de vida no le permite a ciertas personas acariciar la idea llamada progreso, tan presente en lo que signifique la era moderna.

Hay un hombre que todos los días se pone debajo de un puente. Dependiendo de la hora vende periódico o bolsas de basura. Todos los días está en su puesto y ofrece el periódico. A veces lo acompaña un niño, a veces el niño también vende, pero en realidad es más compañero de su papá, se nota cuando el señor lo ayuda a cruzar la calle, él niño aún depende de su padre. Platicando con él me entero de que es de una comunidad muy pobre cerca de mi ciudad, todos los días va en camión para no perder su puesto porque ya tiene permiso de gobierno para vender ahí, todos los días lleva a su hijo a la escuela porque quiere un futuro mejor para el niño, ese hombre solo pudo estudiar el preescolar, no quiere la misma suerte para su hijo. Yo no puedo acusarlo de flojera, o que sea pobre porque así lo decidió, o que tenga poca capacidad para buscar el progreso. Esos son prejuicios.

También observo a los ambulantes, a las personas que venden comida en la calle, a los locatarios. Llegan todos los días, limpian su lugar, acomodan las cosas, ofrecen sus servicios – de buen o mal modo, pero eso es otra historia -, todos los días sin falta. Incluso hay gente que se queda sin comer, llega más tarde o más temprano. Haciendo un lado el tipo de frustraciones detrás de cada ser humano, esas actitudes no puedo calificarlas de personas flojas. Como dije, las hay, es cierto, pero generalizarla al grado de decir que casi todo un continente posee esa característica por el simple hecho de haber nacido ahí se me hace fuerte, tal vez hasta peligroso. Los estereotipos pueden serlo.

Como buena latina, en especial hija de una madre mexicana muy fijada en esas cosas, los modales y cortesía son algo indispensable en mi vida, digo por favor, doy las gracias, uso el famoso mande sin sentirme mal por eso. En mi estancia en España, al parecer este tipo de detalles les llama mucho la atención porque ellos son diferentes en el trato. Dicen que los latinos somos como muy “suaves” en nuestros modos. Eso lo noté especialmente en los meseros, la verdad a veces me daban ganas de pedirles perdón por querer aceptar el servicio que se supone les pagan para hacer. Honestamente, en este sentido, prefería a los meseros latinos, casi siempre (no siempre, hay que aceptarlo, hay gente amargada en cualquier lugar) mostraban una sonrisa, daban un trato amable y aunque allá no se acostumbra, me daban ganas de dejarles un poco más de propina. Ahora bien, aunque los españoles pudieran tener fama de un trato rudo porque suelen hablar de esa manera, lo cierto es que hay personas muy amables, que también sonríen y sirven de manera que a uno le dan ganas de dejar un poco de propina. 

Después de esta reflexión me di cuenta de que los prejuicios no llevan a ningún lado. Existen en el mundo muchas ideas preconcebidas acerca de la gente, de sus valores, de la forma de actuar, de lo esperado para cada quien. Los calificativos deberían ganarse por los hechos, más que por azares del destino. Espero que en el futuro podamos cambiar como sociedad esa idea de que todo lo hecho en México es chafa, es de mala calidad. Los mexicanos tenemos muchas curiosidades y entre ellas está el de hacer bien las cosas, en interesarnos en el otro, en ser cálidos. No todo es violencia, corrupción y atrocidades, México tiene más colores y me gustaría que los mexicanos pudiéramos verlos, apreciarlos.

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