Uno
de los estereotipos más arraigados sobre los latinoamericanos en general,
mexicanos en lo particular, es el hecho de que son holgazanes, es decir, los
latinos son personas que rehúyen del trabajo a la primera oportunidad, que van
por la vida buscando un empleo como diría mi madre “pidiéndole a Dios no
encontrar”.
En
lo personal me da tristeza que en el imaginario de la gente (y hablo por los
pocos o muchos que conozco, tampoco quiero generalizar diciendo toda la
sociedad mexicana) lo mexicano es acreedor al calificativo chafa, inservible,
de poca o nula calidad. En general, al mexicano se le acusa de ser malinchista,
es decir, preferir al extranjero a lo local, y creo que es más bien que lo
diferente llama la atención para bien o para mal, y eso sucede en cualquier
lugar.
En
una de mis clases de la maestría, estudiamos la historia política,
económica y social de Latinoamérica,
comenzando por la época de la colonia. Fue interesante, fue ilustrativo.
Resulta ser que una de las actividades más
prolíferas en esa época fue la minería. Hubo ciudades a las cuales
obligaron entrar a la industria de la extracción haciendo que los indígenas, a
quienes consideraban inferiores por ser los conquistados, trabajaran en dichas
minas sin protección alguna. Para no hacer larga la historia (que bien vale la
pena estudiar para entender el presente), al darse los movimientos independentistas,
las aborígenes tuvieron la opción de no aceptar trabajar en esos lugares. Esto
molestó a las nuevas empresas europeas que entraron en Latinoamérica con la
intención de sacar el mayor beneficio con el menor costo, obvio antes de los
movimientos obreros. Entonces, el hecho de que los latinos no quisieran
trabajar en las mismas condiciones de la época de la colonia, en gran medida
debido a que podía costarles la vida, los hizo ganarse la fama de holgazanes
sinónimo de flojos.
Y
es aquí donde yo no entiendo bien cómo es la cuestión. Es cierto que hay gente
floja, cuya salida fácil es pedir dinero. También es cierto que hay gente
abusiva que se cuelga de otros para obtener beneficios. Pero muchas veces su
condición de vida no le permite a ciertas personas acariciar la idea llamada
progreso, tan presente en lo que signifique la era moderna.
Hay
un hombre que todos los días se pone debajo de un puente. Dependiendo de la
hora vende periódico o bolsas de basura. Todos los días está en su puesto y
ofrece el periódico. A veces lo acompaña un niño, a veces el niño también
vende, pero en realidad es más compañero de su papá, se nota cuando el señor lo
ayuda a cruzar la calle, él niño aún depende de su padre. Platicando con él me
entero de que es de una comunidad muy pobre cerca de mi ciudad, todos los días
va en camión para no perder su puesto porque ya tiene permiso de gobierno para
vender ahí, todos los días lleva a su hijo a la escuela porque quiere un futuro
mejor para el niño, ese hombre solo pudo estudiar el preescolar, no quiere la
misma suerte para su hijo. Yo no puedo acusarlo de flojera, o que sea pobre porque
así lo decidió, o que tenga poca capacidad para buscar el progreso. Esos son
prejuicios.
También
observo a los ambulantes, a las personas que venden comida en la calle, a los
locatarios. Llegan todos los días, limpian su lugar, acomodan las cosas, ofrecen
sus servicios – de buen o mal modo, pero eso es otra historia -, todos los días
sin falta. Incluso hay gente que se queda sin comer, llega más tarde o más
temprano. Haciendo un lado el tipo de frustraciones detrás de cada ser humano,
esas actitudes no puedo calificarlas de personas flojas. Como dije, las hay, es
cierto, pero generalizarla al grado de decir que casi todo un continente posee
esa característica por el simple hecho de haber nacido ahí se me hace fuerte,
tal vez hasta peligroso. Los estereotipos pueden serlo.
Como
buena latina, en especial hija de una madre mexicana muy fijada en esas cosas, los
modales y cortesía son algo indispensable en mi vida, digo por favor, doy las
gracias, uso el famoso mande sin
sentirme mal por eso. En mi estancia en España, al parecer este tipo de
detalles les llama mucho la atención porque ellos son diferentes en el trato.
Dicen que los latinos somos como muy “suaves” en nuestros modos. Eso lo noté
especialmente en los meseros, la verdad a veces me daban ganas de pedirles
perdón por querer aceptar el servicio que se supone les pagan para hacer.
Honestamente, en este sentido, prefería a los meseros latinos, casi siempre (no
siempre, hay que aceptarlo, hay gente amargada en cualquier lugar) mostraban
una sonrisa, daban un trato amable y aunque allá no se acostumbra, me daban
ganas de dejarles un poco más de propina. Ahora bien, aunque los españoles
pudieran tener fama de un trato rudo porque suelen hablar de esa manera, lo
cierto es que hay personas muy amables, que también sonríen y sirven de manera
que a uno le dan ganas de dejar un poco de propina.
Después
de esta reflexión me di cuenta de que los prejuicios no llevan a ningún lado.
Existen en el mundo muchas ideas preconcebidas acerca de la gente, de sus
valores, de la forma de actuar, de lo esperado para cada quien. Los
calificativos deberían ganarse por los hechos, más que por azares del destino.
Espero que en el futuro podamos cambiar como sociedad esa idea de que todo lo
hecho en México es chafa, es de mala calidad. Los mexicanos tenemos muchas
curiosidades y entre ellas está el de hacer bien las cosas, en interesarnos en el
otro, en ser cálidos. No todo es violencia, corrupción y atrocidades, México
tiene más colores y me gustaría que los mexicanos pudiéramos verlos, apreciarlos.
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