Hace
unos días fui a la tienda de la esquina, que está en demasiadas esquinas, cerca
de mi casa y vi otra vez a una mujer que
suele visitar esa esquina. Como no he platicado con ella no lo sé de cierto,
pero si me baso en lo que visto pareciera una mujer indígena, la cual es
acompañada por su pequeño de unos cincos años. La mujer pide limosna y lleva
una mochilita en donde guarda comida para el chiquillo y algunas cosas
más.
En
lo personal, aunque me sale un poco más caro, prefiero comprarles comida a
darles dinero. Es una forma de asegurar que el niño tenga algo en su estómago,
especialmente si es víctima de algún tipo de explotación. Me ha tocado ver cómo
los ponen a trabajar sucios, con frío, con hambre, con miedo, para dar lástima
y así obtener más dinero. Una vez un niño recibió un suéter en una noche fría,
su “madre” se lo quitó de muy mal modo y lo mandó a seguir pidiendo dinero.
Algunas
mujeres, cuando les doy leche y algo de comer, lo primero que hacen es abrirla
y dársela a sus hijos, razón por la cual pienso si son más “madres”. No lo sé.
La cuestión es que para realmente juzgarlas necesitaría hablar con ellas,
conocer su historia y de ahí decidir. Pero si a números nos remitimos, lo
cierto es que las mujeres sin un alto nivel educativo e indígenas pertenencen a uno de los
grupos vulnerables más importantes, por decirle de alguna manera, del país. El
otro grupo vulnerable son los niños, completamente dependientes de sus
familiares, no poseen voz ni voto hasta cumplir la mayoría de edad, es decir, a
pesar de los tratados y organismos internacionales, en realidad los niños no
pueden defenderse solos, necesitan a un adulto que lo haga por ellos y qué pasa
si ese adulto es quien abusa de ellos, si no hay una figura autoridad que vea
por su seguridad.
Otro
grupo para mí importante es el de los ancianos, la gente de la tercera edad a
veces es duramente juzgada con afirmaciones tipo puede seguir trabajando, aún
es fuerte. Bueno, la realidad en México es que a partir de los 30 comienzas a
ser viejo para ciertos sectores, y la cosa se pone peor si eres analfabeta o no
terminaste hasta el nivel medio superior, en otras palabras, la famosa prepa.
Qué decir después de los 50 ó 60, ya se es demasiado viejo, demasiado lento,
demasiado amañado, demasiado todo. Después de los 50, el cuerpo no responde
igual, la fuerza lo abandona y los
achaques son sus mejores amigos. Honestamente, es complicado que les den
trabajo después de cierta edad. Aunado a eso, los afortunados estarán jubilados
y aunque sea una módica cantidad, pueden contar con una mensualidad. Habrá
muchos otros, por no decir la mayoría, que no cuentan ni siquiera con eso, en
especial mujeres viudas. Si sus hijos son “buenos” puede ser que los ayuden
a pasar su vejez de manera digna, sino, serán abandonados en un asilo, en un
hospital o en donde sea en el peor de los casos.
Mi
mamá sabe un cuento que le crea un nudo en la garganta. Dice que había un señor
en silla de ruedas que un día salió con su hijo a dar un paseo. El hijo lo llevó
al monte con mentiras y ahí lo abandonó. La cuestión es que cuando este hijo se
volvió el padre en silla de ruedas, sufrió la misma suerte. Podría parecer una
exageración, sin embargo, basta con echarse un chapuzón en las noticias para
leer casos así. Las mismas redes sociales se han vuelto un canal de ayuda en situaciones
con la finalidad de auxiliarlos de manera adecuada.
Ahora
bien, no se trata de estereotipar gente, de hacerlos víctimas vulnerables. Una
mujer por ser mujer no necesariamente es buena y emotiva, los indígenas no
siempre son honorables y no todos los viejitos dulces. Lo cierto es que muchos
estudios en ciencias sociales los consideran grupos vulnerables porque juntan
las características de colectivos con poder limitado y poca influencia, pero en
ningún momento eso quiere decir que es una ley inmutable.
El
objetivo de esta pequeña reflexión es caer en cuenta de que hay factores que
empoderan a una persona en un mundo globalizado, conectado, superespecializado
y capitalista. Pertenecer a una clase alta, poseer un alto nivel educativo,
trabajar las relaciones públicas, poner atención a la información, todo eso empodera
y proporciona una voz, una responsabilidad. Más allá de decir pobre grupo
vulnerable, aprendí gracias a varias personas sensibles, que importan las
historias, visibilizar esas historias, aprender un poco de ellas, poner nuestro
granito de arena para mejorar. No sólo se trata de dar dinero, de tener un
gesto, se trata de escucharlos, de volverlos personas visibles y dignas.
Ese
día, en la tienda de la esquina que está en demasidas esquinas, la mujer limosnera
recibió varios “presentes”. Por un lado una señora entró con su hijo a la
tienda, le dijo que podía tomar todo lo que él quisiera, preguntando antes su
nombre, el chiquillo sonreía con una alegría más bien tímida; después otra mujercita le preguntó a la limosnera si necesitaba algo de
la tienda, yo le di una leche y unas galletas para su chiquito. Ese día hubo
gente amable (yo no tanto), pero creo que más valioso todavía hubiese sido
escuchar su historia, por qué recurrió a esa estrategia, si tenía más hijos, si
necesita la ayuda. Así uno se entera de la viuda que vende servilletas y viaja
todos los días unos 40 minutos en autobús porque en su lugar de origen no se
las compra, su esposo la dejó joven y con una hija, entre las dos salieron
adelante. O bien, del señor que todos los días viaja una hora para llegar a
vender periódico porque ya tiene el permiso ahí. Trabaja duro porque son de una
comunidad muy pobre, no tuvo la oportunidad de estudiar, por eso lleva todos
los días a la escuela a su hijo, para que no sufra su misma suerte y pueda
mejorar. O de la pareja que venía desde otro estado a buscar suerte, tan
necesitados que aceptaban cualquier labor, porque la situación estaba
complicada y ya tenían tres hijos.
Las
estadísticas, los números, las etiquetas no tienen rostro ni historia. En
cambio, la sangre corre por las venas de la gente, las memorias crean matices,
le dan color a la realidad. En lo personal, me quedará como tarea acercarme más
a esa gente, conocer su historia cuando tenga oportunidad, preguntarles, saber,
indagar para así evitar caer en determinismos, estereotipos y prejuicios que
solo limitan a la persona. Es una tarea titánica, pero alcanzable dando un paso
a la vez.
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