domingo, 26 de octubre de 2014

Hablando de etiquetas.



Hace unos días fui a la tienda de la esquina, que está en demasiadas esquinas, cerca de mi casa y vi otra vez a una mujer que suele visitar esa esquina. Como no he platicado con ella no lo sé de cierto, pero si me baso en lo que visto pareciera una mujer indígena, la cual es acompañada por su pequeño de unos cincos años. La mujer pide limosna y lleva una mochilita en donde guarda comida para el chiquillo y algunas cosas más. 

En lo personal, aunque me sale un poco más caro, prefiero comprarles comida a darles dinero. Es una forma de asegurar que el niño tenga algo en su estómago, especialmente si es víctima de algún tipo de explotación. Me ha tocado ver cómo los ponen a trabajar sucios, con frío, con hambre, con miedo, para dar lástima y así obtener más dinero. Una vez un niño recibió un suéter en una noche fría, su “madre” se lo quitó de muy mal modo y lo mandó  a seguir pidiendo dinero.

Algunas mujeres, cuando les doy leche y algo de comer, lo primero que hacen es abrirla y dársela a sus hijos, razón por la cual pienso si son más “madres”. No lo sé. La cuestión es que para realmente juzgarlas necesitaría hablar con ellas, conocer su historia y de ahí decidir. Pero si a números nos remitimos, lo cierto es que las mujeres sin un alto nivel educativo e indígenas pertenencen a uno de los grupos vulnerables más importantes, por decirle de alguna manera, del país. El otro grupo vulnerable son los niños, completamente dependientes de sus familiares, no poseen voz ni voto hasta cumplir la mayoría de edad, es decir, a pesar de los tratados y organismos internacionales, en realidad los niños no pueden defenderse solos, necesitan a un adulto que lo haga por ellos y qué pasa si ese adulto es quien abusa de ellos, si no hay una figura autoridad que vea por su seguridad.

Otro grupo para mí importante es el de los ancianos, la gente de la tercera edad a veces es duramente juzgada con afirmaciones tipo puede seguir trabajando, aún es fuerte. Bueno, la realidad en México es que a partir de los 30 comienzas a ser viejo para ciertos sectores, y la cosa se pone peor si eres analfabeta o no terminaste hasta el nivel medio superior, en otras palabras, la famosa prepa. Qué decir después de los 50 ó 60, ya se es demasiado viejo, demasiado lento, demasiado amañado, demasiado todo. Después de los 50, el cuerpo no responde igual, la fuerza lo abandona  y los achaques son sus mejores amigos. Honestamente, es complicado que les den trabajo después de cierta edad. Aunado a eso, los afortunados estarán jubilados y aunque sea una módica cantidad, pueden contar con una mensualidad. Habrá muchos otros, por no decir la mayoría, que no cuentan ni siquiera con eso, en especial mujeres viudas. Si sus hijos son “buenos” puede ser que los ayuden a pasar su vejez de manera digna, sino, serán abandonados en un asilo, en un hospital o en donde sea en el peor de los casos.

Mi mamá sabe un cuento que le crea un nudo en la garganta. Dice que había un señor en silla de ruedas que un día salió con su hijo a dar un paseo. El hijo lo llevó al monte con mentiras y ahí lo abandonó. La cuestión es que cuando este hijo se volvió el padre en silla de ruedas, sufrió la misma suerte. Podría parecer una exageración, sin embargo, basta con echarse un chapuzón en las noticias para leer casos así. Las mismas redes sociales se han vuelto un canal de ayuda en situaciones con la finalidad de auxiliarlos de manera adecuada.

Ahora bien, no se trata de estereotipar gente, de hacerlos víctimas vulnerables. Una mujer por ser mujer no necesariamente es buena y emotiva, los indígenas no siempre son honorables y no todos los viejitos dulces. Lo cierto es que muchos estudios en ciencias sociales los consideran grupos vulnerables porque juntan las características de colectivos con poder limitado y poca influencia, pero en ningún momento eso quiere decir que es una ley inmutable.

El objetivo de esta pequeña reflexión es caer en cuenta de que hay factores que empoderan a una persona en un mundo globalizado, conectado, superespecializado y capitalista. Pertenecer a una clase alta, poseer un alto nivel educativo, trabajar las relaciones públicas, poner atención a la información, todo eso empodera y proporciona una voz, una responsabilidad. Más allá de decir pobre grupo vulnerable, aprendí gracias a varias personas sensibles, que importan las historias, visibilizar esas historias, aprender un poco de ellas, poner nuestro granito de arena para mejorar. No sólo se trata de dar dinero, de tener un gesto, se trata de escucharlos, de volverlos personas visibles y dignas.

Ese día, en la tienda de la esquina que está en demasidas esquinas, la mujer limosnera recibió varios “presentes”. Por un lado una señora entró con su hijo a la tienda, le dijo que podía tomar todo lo que él quisiera, preguntando antes su nombre, el chiquillo sonreía con una alegría más bien tímida; después otra mujercita le preguntó a la limosnera si necesitaba algo de la tienda, yo le di una leche y unas galletas para su chiquito. Ese día hubo gente amable (yo no tanto), pero creo que más valioso todavía hubiese sido escuchar su historia, por qué recurrió a esa estrategia, si tenía más hijos, si necesita la ayuda. Así uno se entera de la viuda que vende servilletas y viaja todos los días unos 40 minutos en autobús porque en su lugar de origen no se las compra, su esposo la dejó joven y con una hija, entre las dos salieron adelante. O bien, del señor que todos los días viaja una hora para llegar a vender periódico porque ya tiene el permiso ahí. Trabaja duro porque son de una comunidad muy pobre, no tuvo la oportunidad de estudiar, por eso lleva todos los días a la escuela a su hijo, para que no sufra su misma suerte y pueda mejorar. O de la pareja que venía desde otro estado a buscar suerte, tan necesitados que aceptaban cualquier labor, porque la situación estaba complicada y ya tenían tres hijos.  

Las estadísticas, los números, las etiquetas no tienen rostro ni historia. En cambio, la sangre corre por las venas de la gente, las memorias crean matices, le dan color a la realidad. En lo personal, me quedará como tarea acercarme más a esa gente, conocer su historia cuando tenga oportunidad, preguntarles, saber, indagar para así evitar caer en determinismos, estereotipos y prejuicios que solo limitan a la persona. Es una tarea titánica, pero alcanzable dando un paso a la vez.

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