sábado, 23 de abril de 2011

Entre palabras...

Pensando un poco sobre los sinónimos y antónimos, uno de mis temas preferidos en clase, recordaba lo que es sentirse triste y su opuesto (o concepto contradictorio según la lógica filosófica) la alegría. Según nos han enseñado los padres, las películas, los libros, los cuentos de hadas y todo lo que se le parezca, nacimos para ser felices. Entonces, todas nuestras actividades nos deberían acercar más al sofismo que al masoquismo. Es así como el ser humano, desde mi muy particular punto de vista, se la pasa buscando placer en las relaciones sociales, las fiestas, las adicciones, los escritos, en cualquier cosa que le permita sentirse más hombre, o su opuesto, más mujer. 

En teoría suena bonito, pero ¿qué es la felicidad?, ¿qué pasa cuando alguien puede mirar a otra personas y le pregunta eres feliz?, hay gente que puede responder un sí categórico. Sin embargo, hay otras personas que se quedarán atónitas y recordarán todas las frustraciones que llevan cargando.

Así que, ¿es tan importante ser feliz a toda costa todo el tiempo?, creo que es más importante saber cuál es la diferencia entre felicidad y placer. En el caso de la felicidad, sus sinónimos son: bienestar, júbilo, dicha, ventura, beatitud, etc.; en el segundo caso se encuentra: satisfacer, gustar, encantar, deleitar, alegrar. Entonces, si lo vemos desde el punto de vista semántico, la verdad no comparte tanto significado. 

En lo personal, creo que el placer es un estímulo más bien efímero, que nos permite disfrutar de las cosas pequeñas como sentir cuando el chocolate se derrite en la lengua, invade nuestros sentidos y se contrasta con el sabor a menta de su relleno. O bien, cuando una canción te recuerda a tu infancia, en el festival donde te visten de insecto bonito y bailas sin pensar en el ridículo. La felicidad en cambio, son varios momentos en los que se construye la fortaleza para que la tristeza no se adueñe de la vida de nadie.

No creo que la felicidad se base en la huida del dolor o la tristeza, más bien esos sentimientos es necesario vivirlos, padecerlos y dejarlos ir. Ya que uno aprende a hacer eso, puede ser que la construcción de la felicidad se vaya facilitando. Todo este proceso se traduce en: Madurez.

Yo... sigo aprendiendo.

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