viernes, 13 de mayo de 2011

Hablando de enseñanza...

Ahora que me encuentro del otro lado de la batalla, considerando al salón de clases como un campo de guerra, la verdad admiro esa labor de los buenos maestros para sus alumnos. Mi aventura comenzó en el 2002, dando clases en una preparatoria abierta siendo recién egresada. La verdad era yo muy joven y los chiquillos muy traviesos, demasiado vividos para mí. En esa primera experiencia aprendí que los alumnos ven con lupa a los profesores y te van a apoyar o a tratar de quebrar tu autoestima por el simple hecho de poder hacerlo. Aprendí a relacionarme con los muchachos poniendo un poco de distancia y sobretodo aprendí que ellos me enseñaban a mí el canalizar toda la energía en que aprendieran.

Dejé de dar clases en un salón - las regularizaciones son aparte - desde el 2005 y apenas regresé en el 2010, igual a una preparatoria abierta. Con el paso de los años y la experiencia obtenida en mis diversos trabajos, veo desde otra perspectiva el enseñar aquí. La escuela es pequeña, va en vías de crecimiento y los alumnos, a diferencia de otros que he conocido, son traviesos pero de mente sana, sin tanta malicia. 

La labor de un maestro, en especial con este tipo de alumnos, puede llegar a ser un tanto frustrante. Llego todos los días con mi pastilla de paciencia, a ver si logro que el efecto me dure más de una hora, a veces me conformo con 15 minutos, y pueda ayudar a mis estudiantes a salir adelante. La cuestión con ellos, es que ven como una pérdida de tiempo estudiar y prefieren divertirse. Siendo ese el caso, sería genial que no asistieran al salón, pero si vienen a clase con la firme intención de socializar y alborotar a los otros alumnos. Así pues, después de un año de asistencia, los gritos, regaños o llamadas de atención ya no surgen efecto. 

Afortunadamente existen los jóvenes a quienes sí les interesa estudiar, le echan ganas, exigen tu atención y te permiten entrar un poco a sus vidas. Siendo maestra, no sólo he visto la parte pedagógica, sino también la emocional. Y la verdad, espero que a alguno de ellos haya yo podido darles un poco de esa sabiduría que me compartieron mis maestros a mí. 

Lo más satisfactorio para mí es cuando después de mucho esfuerzo, logran pasar su materia y ellos sonríen porque saben cuánto costó, y eso también refleja mi propio esfuerzo por enseñarles. Espero, en verdad, que haya podido sembrar una semillita buena en alguno de ellos, y que se acuerden de mí con una sonrisa.

¡Felicidades Maestros!

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